lunes, 1 de octubre de 2018

2 SAMUEL 12:24-26. Salmo 51 y Captura de Rabá


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David compuso el Salmo 51 en torno al pecado con Betsabé y sus consecuencias. En este salmo, David nos enseña sobre el proceso de arrepentimiento y el perdón divino.

Crea en mí un corazón limpio (salmo 51)

SALMO 51
David sabe que puede apelar a la misericordia de Dios y ser perdonado por sus pecados (v.1); pero para ello, él sabe que debe comenzar por reconocer su falta.
(Salmo 51:2-4) Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio.

El paso número uno para la reconciliación es la confesión del pecado. Debemos admitir y reconocer que hemos fallado, y hacerlo en forma clara y concisa. Juan lo explica de la siguiente manera:
(1 Juan 1:8-9) Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.

David reconoció la importancia de ser sincero ante Dios y con uno mismo, para llegar a la verdad (v.6). Para poder limpiar, es necesario reconocer lo que estaba sucio. Y esto no es para humillar ni condenar, sino para entrar en el proceso de limpieza, el cual Dios hará en Su gracia y misericordia. Luego de su confesión, David le pide a Dios que lo limpie y restaure.
(Salmo 51:7) Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.

David señala cuál es la alternativa a no arrepentirse: apartarse de la Presencia de Dios, perder el Espíritu Santo, perder el gozo de la salvación.
(Salmo 51:11-12) No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente.

Pero si uno entra en el proceso de arrepentimiento, no sólo será restaurada su vida, sino que podrá ayudar a otros que pasen por el mismo proceso.
(Salmo 51:13) Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti.

Al final, debemos reconocer que no es nuestro esfuerzo (sacrificios, penitencias) lo que nos redime y restaura, sino es la Gracia de Dios. Todo lo que damos nosotros es el arrepentimiento.
(Salmo 51:16-17) Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.

El resultado será: restauración, edificación y bendición (v.18).

NUEVO INICIO
Luego que David pasó por todo el proceso de arrepentimiento, el Señor le dio la oportunidad de un nuevo inicio. Betsabé llegó a convertirse en su esposa, y Dios les dio un hijo muy especial.
(2 Samuel 12:24-25) Y consoló David a Betsabé su mujer, y llegándose a ella durmió con ella; y ella le dio a luz un hijo, y llamó su nombre Salomón, al cual amó Jehová, y envió un mensaje por medio de Natán profeta; así llamó su nombre Jedidías, a causa de Jehová.

Jededías en hebreo es: Yedidyá, que significa: Amado de Yehová.
Éste es el sobrenombre que Dios le puso a Salomón, porque lo amaba. Él fue el hijo de David que el Señor escogió para convertirse en el próximo rey, como heredero del trono de Israel (1 Crónicas 17:11-14; 1 Reyes 1).

CAPTURA DE RABÁ
(Referencia: 1 Crónicas 20:1-3)
En el capítulo anterior vimos que David quedó vulnerable al pecado cuando no estaba donde debía estar, cumpliendo su deber y su propósito. Como rey, a él le tocaba guiar a su pueblo en la batalla, pero él prefirió quedarse en el palacio (2 Reyes 11:1). Pero al final de este capítulo, David retoma su propósito:
(2 Samuel 12:26-28) Joab peleaba contra Rabá de los hijos de Amón, y tomó la ciudad real. Entonces envió Joab mensajeros a David, diciendo: Yo he puesto sitio a Rabá, y he tomado la ciudad de las aguas. Reúne, pues, ahora al pueblo que queda, y acampa contra la ciudad y tómala, no sea que tome yo la ciudad y sea llamada de mi nombre.

El general Joab lanzó a David una exhortación, llamándole a cumplir su deber como líder de Israel. En cierta forma, Joab le estaba dando el lugar a David, porque él sabía que si el rey no llegaba, la gloria de la victoria le quedaría a Joab.

En esta ocasión, David respondió y tomó su lugar.
(2 Samuel 12:29-31) Y juntando David a todo el pueblo, fue contra Rabá, y combatió contra ella, y la tomó. Y quitó la corona de la cabeza de su rey, la cual pesaba un talento de oro, y tenía piedras preciosas; y fue puesta sobre la cabeza de David. Y sacó muy grande botín de la ciudad. Sacó además a la gente que estaba en ella, y los puso a trabajar con sierras, con trillos de hierro y hachas de hierro, y además los hizo trabajar en los hornos de ladrillos; y lo mismo hizo a todas las ciudades de los hijos de Amón. Y volvió David con todo el pueblo a Jerusalén.

Así como había pasado con las otras naciones vecinas que se levantaron en contra del rey David, también los hijos de Amón fueron vencidos en la guerra y sometidos para ser tributarios a Israel.


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