Como vimos en la entrada pasada, Jesús necesitaba pasar un tiempo a solas
luego de enterarse que Juan había muerto. Pero no pasó mucho tiempo antes que
lo buscara la gente por sus necesidades…
(Mateo 14:14) Y al desembarcar, vio una gran multitud, y tuvo compasión
de ellos y sanó a sus enfermos.
Dado que estaban lejos de un pueblo, los discípulos se preocuparon porque
la gente no tendría lugar donde conseguir comida.
(Mateo 14:15) Al atardecer se le acercaron los discípulos, diciendo: El
lugar está desierto y la hora es ya avanzada; despide, pues, a las multitudes
para que vayan a las aldeas y se compren alimentos.
La respuesta de Jesús sorprendió a sus discípulos...
(Mateo 14:16) Pero Jesús les dijo: No hay necesidad de que se vayan;
dadles vosotros de comer.
Ni Jesús ni sus discípulos eran ricos como para alimentar a toda una
multitud; y aunque lo fueran, no había dónde comprar alimentos. Seguramente los
discípulos se preguntaron cómo podrían hacer lo que el maestro les pedía.
Materialmente no era posible, pero el Señor quería probarles que para Dios nada
es imposible. Cuando el Señor nos da una misión, Él también da la
provisión.
Es interesante que Jesús no sacó la comida de la manga (como por arte de
magia), sino que les pidió que dieran lo que tenían a la mano. Este es un
principio del Reino: Dios espera que demos lo que tenemos, y Él hace el
resto.
(Mateo 14:17) Entonces ellos le dijeron: No tenemos aquí más que cinco panes y dos
peces.
La gente dio lo que tenía, y el Señor hizo el milagro…
(Mateo 14:18-19) El les dijo: Traédmelos acá. Y
ordenando a la muchedumbre que se recostara sobre la hierba, tomó los cinco
panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo los
alimentos, y partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos
a la multitud.
La pequeña provisión se multiplicó milagrosamente. No sólo alcanzó para
alimentar a más de 5 mil personas, sino que sobreabundó…
(Mateo 14:20-21) Y comieron todos y se saciaron. Y recogieron lo que sobró
de los pedazos: doce cestas llenas. Y los que comieron fueron unos cinco mil
hombres, sin contarlas mujeres y los niños.
Luego del milagro de la multiplicación, Jesús se despidió de la multitud, y
también envió a los discípulos para que se adelantaran…
(Mateo 14:22) Enseguida hizo que los discípulos subieran a la barca y fueran delante de Él
a la otra orilla, mientras El despedía a la multitud.
Evidentemente Jesús aún quería pasar un tiempo solo para orar.
(Mateo 14:23) Después de despedir a la multitud, subió al monte a solas
para orar; y al anochecer, estaba allí solo.
Aquí el Señor nos enseña otro principio: necesitamos apartar tiempo para
estar solos con Dios—no como un "deber religioso" sino como una
necesidad espiritual. Cada creyente necesita desarrollar una relación íntima y
personal con el Señor, pues de allí viene la vida y la revelación (Salmo
63:1-2). Dios no sólo creó al hombre con el soplo de su aliento (Gen. 2:7;
Salmo 33:6), sino que nos da vida espiritual de continuo (Job 33:4; Salmo
104:30; Juan 20:22) la cual obtenemos a través de la conexión que tenemos con
Él.
(Job 33:4) El Espíritu de Dios me ha hecho, y el aliento del
Todopoderoso me da vida.
JESÚS CAMINA SOBRE EL AGUA
Mientras Jesús estaba apartado hablando con el Padre, los discípulos
estaban luchando con viento contrario en el lago…
(Mateo 14:24) Pero la barca estaba ya a muchos estadios de
tierra, y era azotada por las olas, porque el viento era contrario.
El texto no dice que tuvieron miedo. Aparentemente habían aprendido a
confiar en Dios luego de una experiencia similar (Mateo 8:23-27); pero no
sospechaban que Jesús los alcanzaría a medio lago...
(Mateo 14:25-26) Y a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a
ellos andando sobre el mar. Y los discípulos,
viéndole andar sobre el mar, se turbaron, y decían: ¡Es un fantasma! Y de
miedo, se pusieron a gritar.
Jesús calmó a sus discípulos haciéndoles saber que era Él…
(Mateo 14:27) Pero enseguida Jesús les habló, diciendo: Tened ánimo,
soy yo; no temáis.
Como buen discípulo, Pedro quería hacer lo mismo que su Maestro, y le pidió
que se lo permitiera.
(Mateo 14:28-29) Respondiéndole Pedro, dijo: Señor, si eres tú, mándame que
vaya a ti sobre las aguas. Y El dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la
barca, caminó sobre las aguas, y fue hacia Jesús.
Pedro logró caminar sobre las aguas como Jesús. Pero cuando quitó la vista
del Señor y colocó su mirada en las circunstancias, las cosas cambiaron…
(Mateo 14:30) Pero viendo la fuerza del viento tuvo miedo, y empezando a
hundirse gritó, diciendo: ¡Señor, sálvame!
Pedro de nuevo volvió la vista al Señor, y Él lo salvó.
(Mateo 14:31) Y al instante Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le
dijo*: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?
No podemos burlarnos de Pedro, porque ¿acaso no nos pasa lo mismo a muchos?
A veces nos dejamos llevar por las circunstancias de la vida en lugar de poner
nuestra confianza en Dios. No debemos olvidar que Dios es más grande que
nuestros problemas, y Él tiene todo bajo control.
(Mateo 14:32) Cuando ellos subieron a la barca, el viento se calmó.
Este milagro llevó a los discípulos a reconocerlo como el Hijo de Dios, y
lo adoraron (algo que no se hace a ningún humano, sino sólo a Dios).
(Mateo 14:33) Entonces los que estaban en la barca le adoraron, diciendo:
En verdad eres Hijo de Dios.
Toda esta experiencia fue durante la “cuarta vigilia”, que equivale al
período de tiempo entre las 3:00 y las 6:00 de la mañana. Al amanecer llegaron
a Genesaret…
EN GENESARET
Terminada la travesía, bajaron a tierra en Genesaret, que era un puerto de
comercio. Aparentemente Jesús no frecuentaba mucho ese lugar, porque como suele
suceder en los puertos, hay mucha contaminación espiritual. Pero las noticias
de los milagros de Jesús habían llegado hasta allí, y la gente lo buscó.
(Mateo 14:35-36) Y cuando los hombres de aquel lugar reconocieron a Jesús,
enviaron a decirlo por toda aquella comarca de alrededor y le
trajeron todos los que tenían algún mal. Y le rogaban que les dejara tocar siquiera el
borde de su manto; y todos los que lo tocaban quedaban curados.
El hecho de tocar el borde del manto de oración (hebreo, Talit)
es significativo, porque la Biblia dice que los flecos (heb. Tzitzit)
sirven como recordatorio de los mandamientos:
(Números 15:38-40) Habla a los hijos de Israel, y diles que se hagan
franjas en los bordes de sus vestidos, por sus generaciones; y pongan en cada
franja de los bordes un cordón de azul. Y os servirá de franja, para que cuando
lo veáis os acordéis de todos los mandamientos de Jehová, para ponerlos por
obra; y no miréis en pos de vuestro corazón y de vuestros ojos, en pos de los
cuales os prostituyáis. Para que os acordéis, y hagáis todos mis
mandamientos, y seáis santos a vuestro Dios.
La necesidad de sanidad los llevó a buscar un
milagro en Jesús; y en Él encontraron también la sanidad espiritual.
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