En la entrada pasada leímos sobre el peligro de ser piedra
de tropiezo. Contrario a esto, el deseo del Señor es que nadie se pierda sino
que todos sean salvos.
(Mateo 18:11) Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se
había perdido.
Para ilustrar esto, contó una parábola…
PARÁBOLA DE LA OVEJA PERDIDA
(Mateo 18:12-14) ¿Qué os
parece? Si un hombre tiene cien ovejas,
y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a
buscar la que se había descarriado? Y si
acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquélla,
que por las noventa y nueve que no se descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro Padre que
está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños.
El corazón de Dios está deseoso de la salvación de todos,
aún de sus ovejas que se han perdido, pues Él es “lento para la ira y grande en
misericordia” (Exo. 34:6-7; Salmo 103:8-13). Con esto no quiere decir que Dios
no hará justicia, sino más bien que primero Él extenderá su misericordia para dar
otra oportunidad a los que se han descarriado; pero ultimadamente, el Señor
espera que todas sus ovejas regresen al redil (Joel 2:13; Miqueas 7:18).
Después de ilustrar cómo Dios perdona a las ovejas perdidas,
Jesús voltea el argumento y dedica el resto de su mensaje a enseñar cómo sus
discípulos también deben perdonar a quienes les han ofendido o hecho daño…
SOLUCIÓN DE CONFLICTOS
En los siguientes versículos, Jesús enseña los pasos que se
deben seguir para resolver los conflictos entre hermanos en el Reino de Dios:
1. Confrontar en forma directa e individual.
(Mateo 18:15) Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele
estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.
Mucha gente se queda callada ante una ofensa, o peor aún, se
quejan con otros de lo que le hicieron. Pero el Señor claramente nos llama a
dar la cara y hablar directamente con el ofensor. Como dice el refrán popular:
“Hablando se entiende la gente”. En caso que los dos lleguen a un entendimiento
o acuerdo, entonces se debe llevar el asunto a la segunda instancia…
2. Presentar el caso ante uno o dos testigos.
(Mateo 18:16) Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que
en boca de dos o tres testigos conste toda palabra.
Estos testigos funcionarán como intermediarios para ayudar a
las dos personas a entenderse y encontrar una solución al conflicto. Los testigos deben ser imparciales, con
conocimiento de la Palabra de Dios, para servir como buenos consejeros—no dando
su opinión personal sino el consejo basado en los principios bíblicos y la
sabiduría divina. El propósito de la intervención no es favorecer a uno sobre
otro, sino a encontrar lo que es justo en el caso, según el orden de Dios.
El principio de tener testigos para dirimir un conflicto
viene de la Torá (es decir, el Pentateuco):
(Deu 19:15) No se tomará en
cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier
pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos
se mantendrá la acusación.
Por lo demás, la Biblia dice que “en la multitud de
consejeros hay sabiduría” (Proverbios 11:14; Proverbios 15:22).
Hasta este momento, las partes han tratado de resolver el
conflicto en una forma bastante privada. Pero si los que han cometido una falta
no asumen su responsabilidad, ni están dispuestos a cambiar, se llevará el caso
a la última instancia…
3. Llevar el caso ante la congregación.
(Mateo 18:17) Si no los oyere a
ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y
publicano.
Al hacer público el caso, el ofensor tiene la última
oportunidad para arrepentirse. Tal vez lo motive la exposición pública. Pero si
no responde ni siquiera a eso, entonces debe ser sacado de la comunidad. Aunque
suene drástico, es un paso necesario si se quiere guardar la integridad de la
comunidad espiritual. De lo contario, ese pecado se vuelve un cáncer que
contaminará a la congregación, y afectará a todos. Pablo se refiere a este
efecto contaminante como “levadura” (1 Corintios 5:1-13).
ATAR Y DESATAR
En el contexto del tema del perdón y solución de conflictos,
Jesús dice las siguientes palabras:
(Mateo 18:18-20) De cierto
os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo
que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. Otra vez os digo, que si
dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa
que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos.
Muchos toman estos versículos fuera de contexto, pero es evidente
que el contexto es el perdón y la solución de conflictos entre los hermanos,
siendo éste el tema previo y posterior a estos versículos. Viéndolo en el
contexto hebreo, Jesús parece estar haciendo referencia a las decisiones de un Beit
Din (lit. Casa de juicio), que son los dos o tres jueces que
intervienen en un conflicto en el pueblo de Israel. Si estos dos o tres jueces
se reúnen en nombre de Dios, buscando el consejo divino, el Señor promete que
estará en medio de ellos, revelando cuál es Su Voluntad y ayudando a dirimir
las diferencias. Ciertamente el Señor está muy interesado en la unidad de sus
hijos (Juan 17:20-23).
PERDÓN
Siguiendo la conversación en el tema del perdón, Pedro le
hace una pregunta a Jesús:
(Mateo 18:21) Entonces se le
acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque
contra mí? ¿Hasta siete?
Tal vez muchos de nosotros nos hacemos la misma pregunta: si
alguien comete la misma falta una y otra vez, ¿debemos seguir perdonándole? Y
el comentario de Pedro aún parece ser generoso diciendo “siete veces”. En la
tradición judía, los rabinos consideraban como muy generoso a aquel que
perdonaba tres veces por una misma falta (Tratado Yoma 86b). Pero Jesús fue más allá con su respuesta:
(Mateo 18:22) Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun
hasta setenta veces siete.
“70 x7” equivale a = 490.
Probablemente no es un número literal sino simbólico, porque ¿quién
podría llevar la cuenta de “490 perdones” a una persona por la misma falta? En
términos humanos, este número parece demasiado alto, pero si volteamos el
argumento y lo aplicamos a las veces que Dios nos ha perdonado por nuestras
faltas, ¿acaso no se vuelve más realista? ¿Cuántas veces hemos ofendido a Dios,
y luego en arrepentimiento recibimos su perdón? Seguramente no llevamos la
cuenta, y probablemente Dios tampoco porque Él perdona y se olvida de ello.
(Miqueas 7:18-19) ¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida
el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque
se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros;
sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros
pecados.
Así como Dios nos ha perdonado a nosotros, de la misma forma
el Señor quiere que perdonemos a nuestros hermanos. Para ilustrar este
principio, Jesús cuenta la siguiente parábola:
PARABOLA DEL REY QUE PERDONA
(Mateo 18:23-25) Por lo cual
el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus
siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez
mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su
mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le
suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.
Para tener una idea de la enorme deuda que este siervo tenía
con el rey, veamos lo que equivale: un talento son 75 libras de plata ó 6,000
denarios. Un denario era la paga de un día de labor en el campo. Entonces, para
ganar un talento, un hombre debía trabajar aproximadamente 20 años. Siendo la
deuda de diez mil talentos, entonces eso implicaba que el hombre de la parábola
no podría pagarle al rey aunque trabajare él y toda su familia por el resto de
sus vidas.
Por eso, el hombre deudor le suplicó paciencia al rey para
pagarle, y el rey respondió con magnanimidad:
(Mateo 18:27) El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le
soltó y le perdonó la deuda.
Este hombre recibió gran misericordia a su favor, pero no
supo darla a otros…
(Mateo 18:28-29) Pero
saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios;
y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su
consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y
yo te lo pagaré todo.
Cien denarios era equivalente a 100 días de trabajo, lo cual
era más factible pagar que la otra deuda. Sin embargo, él no extendió la misma
misericordia.
(Mateo 18:30-31) Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel,
hasta que pagase la deuda. Viendo sus
consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su
señor todo lo que había pasado.
Al enterarse el rey de lo que había pasado, mandó a llamar
al siervo ingrato…
(Mateo 18:32-34) Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo
malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú
también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?
Entonces su señor, enojado, le entregó a
los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía.
Por si no entendieron la moraleja de la parábola, Jesús explicó
con claridad:
(Mateo 18:35) Así también mi Padre celestial hará con vosotros si
no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.
Si el Señor nos ha perdonado 70 x 7, también nosotros
podemos perdonar al hermano aunque nos ofenda varias veces.
Más estudios de este Evangelio en la pestaña: MATEO
También disponible en audio: AUDIO
de MATEO
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