Páginas

sábado, 3 de mayo de 2014

Hechos 8:1-25: Persecución a los Creyentes



La muerte de Esteban marca un punto de transición para la iglesia cristiana.  Con el testimonio de Esteban y los apóstoles, mucha gente en Jerusalén creyó en Jesús y lo reconoció como el Mesías.  Aunque el número de los creyentes iba en aumento, ellos seguían siendo una minoría.  Lo más significativo es que, con excepción de algunos sacerdotes, el liderazgo religioso no reconoció a Jesús.  El mensaje de Jesús amenazaba el status quo religioso, y por ello los líderes instaron al pueblo a rechazar a los cristianos (los creyentes en el Mesías—del griego, Cristo; heb. Mashiaj, que literalmente significa: ungido).  Así como persiguieron a Jesús para matarle, también comenzaron a hacer lo mismo con sus seguidores. 

La persecución que los creyentes sufrieron en ese tiempo no era sólo un rechazo social, sino que estaba en juego sus vidas. 
(Hechos 8:1-3)  Y Saulo estaba de completo acuerdo con ellos en su muerte. En aquel día se desató una gran persecución en contra de la iglesia en Jerusalén, y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y Samaria, excepto los apóstoles.  (2)  Y algunos hombres piadosos sepultaron a Esteban, y lloraron a gran voz por él.  (3)  Pero Saulo hacía estragos en la iglesia entrando de casa en casa, y arrastrando a hombres y mujeres, los echaba en la cárcel. 

Entre los perseguidores, sobresalió uno por su celo, a quien Lucas menciona por nombre: Saulo.  Más adelante veremos cómo el Señor lo transforma de perseguidor de los creyentes a uno de sus más firmes defensores (estudiaremos el inicio de este cambio en el próximo capítulo, Hechos 9).

TODO AYUDA A BIEN
Como ya mencionamos, luego de la muerte de Esteban, los creyentes de Jesús comenzaron a ser fuertemente perseguidos.  Aunque esto suene negativo a primera vista, al final resultó ser algo positivo.  Hay un refrán que dice: “No hay mal que por bien no venga”.  El “mal” de la persecución trajo “el bien” de la expansión de las Buenas Nuevas de Dios a más personas.  Cualquier situación, aunque parezca negativa, al final sirve de bien para los que aman a Dios y se someten al propósito divino.
(Romanos 8:28)  Y sabemos que todas las cosas ayudan a bien, a los que aman a Dios, a los que conforme a su propósito son llamados.

Muchos creyentes, excepto los apóstoles (8:1), huyeron de Jerusalén por miedo a morir por su fe en Jesús.  Ellos no huyeron porque dejaron de creer en Jesús, sino porque querían seguir viviendo su fe, pero no querían morir.  A pesar de la persecución, ellos no dejaron de hablar lo que creían a dondequiera que fueron.
(Hechos 8:4)  Así que los que habían sido esparcidos iban predicando la palabra. 

La persecución cuya intención era callar a los creyentes de Jesús terminó siendo lo que provocó que el mensaje se propagara aún más.  Esto cumplía las últimas palabras que Jesús les dijo a sus discípulos:
(Hechos 1:8)  pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo; y me seréis testigos, a la vez, en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.

El mensaje del Evangelio comenzó a propagarse entre los vecinos: el resto de Judea y Samaria.  Luego veremos como se extenderá por el imperio romano…y la meta es que llegue hasta los confines de la Tierra antes que Jesús regrese (Mat. 24:14). 


RAZÓN DE LA PERSECUCIÓN
¿Por qué perseguían a los creyentes en Jesús con tanto celo?  Cada uno tendría su propia razón, pero mencionaremos las dos principales motivaciones:

1.  Defensa de la fe.
Algunos perseguidores de los mesiánicos (creyentes en Jesús como el Mesías) estaban genuinamente defendiendo su fe. Ellos llegaron a creer que Jesús estaba “cambiando la Ley”, ya que no se sometía a muchas de las tradiciones.  Por eso, muchos judíos fieles se levantaron en defensa de su religión. 

Como vimos en el capítulo anterior, Jesús no estaba en contra de la Ley, pues Él vino a cumplirla, no a abolirla (Mat. 5:17).  Jesús cumplió la Ley de Dios al pie de la letra, y por eso fue justo; pero no se sometió a la tradiciones de hombres, y por ello lo criticaron (Marcos 7:5-9).  Hay que separar lo que es religión y lo que es de Dios, pues no siempre es lo mismo.  

Saulo persiguió a los creyentes por esta razón, pues el creía estar defendiendo el orden de Dios.  Como veremos más adelante, el Señor mismo se le presentará para hacerle ver la verdad (Hechos 9).

2.  Defensa de los intereses propios.
La otra razón por la que los líderes persiguieron a los creyentes en Jesús es porque sus enseñanzas amenazaban su autoridad, y por ende su poder.  Ya mencionamos que muchos de los líderes religiosos no estaban defendiendo la verdad sino sus propios intereses. 

VENDRÁ PERSECUCIÓN
Jesús nos advirtió que vamos a ser perseguidos por nuestra fe en Él.   Por lo tanto, no debemos preguntarnos “si vamos a ser perseguidos”, sino “cuándo”…
(Mateo 5:10-12)  Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos.  (11)  Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí.  (12)  Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros.

Si a Jesús lo persiguieron, también lo harán con sus seguidores…Y esto no sólo se refiere a los apóstoles en la iglesia primitiva, sino a los creyentes de todos los tiempos.
(Juan 15:18-20)  Si el mundo os odia, sabéis que me ha odiado a mí antes que a vosotros.  (19)  Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí de entre el mundo, por eso el mundo os odia.  (20)  Acordaos de la palabra que yo os dije: "Un siervo no es mayor que su señor." Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros; si guardaron mi palabra, también guardarán la vuestra.

La persecución pone a prueba nuestra fe, y saca a luz lo que verdaderamente creemos y lo que está en nuestro corazón.  También la persecución nos prepara para enfrentar cualquier prueba en el futuro.  Y no sólo eso, sino que nos pone en la perspectiva correcta en relación con la vida eterna.  Jesús dijo:
(Mateo 10:28)  Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno.

Aun cuando seamos perseguidos, hay esperanza y consuelo, como lo señala Pablo…
(2 Cor. 4:8-10)  Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados;  (9)  perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos;  (10)  llevando siempre en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

(2 Cor. 4:17-18)  Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación,  (18)  al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.


FELIPE
Tal como Jesús profetizó, los apóstoles comenzaron a proclamar las buenas nuevas en Jerusalén, pero luego el Evangelio se expandiría a Samaria y hasta los confines de la Tierra.  Luego de la muerte de Esteban, muchos huyeron a otras ciudades, pero llevaron con ellos el Evangelio.  Este fue el caso de Felipe…
(Hechos 8:5)  Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo. 

Nótese que dice “descender” en relación a Samaria, a pesar que queda al norte de Jerusalén.  En la Biblia se usa el término de “ascender” sólo en relación a Jerusalén; si uno va de Jerusalén a cualquier otra ciudad, siempre usa la expresión “descender”.  Jerusalén se considera un lugar de mayor categoría espiritual que cualquier otro lugar del mundo, por el simple hecho que el Señor decidió poner allí Su Nombre (1 Reyes 11:36; Deut. 12:5).

Felipe “descendió” a Samaria, y allí dio testimonio de Jesús.  Muchos creyeron, no sólo por las palabras que decía sino por los milagros que le veían hacer. Como dice el refrán popular: “Los hechos hablan más recio que las palabras”. 
(Hechos 8:6-8)  Y las multitudes unánimes prestaban atención a lo que Felipe decía, al oír y ver las señales que hacía.  (7)  Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, éstos salían de ellos  gritando a gran voz; y muchos que habían sido paralíticos y cojos eran sanados.  (8)  Y había gran regocijo en aquella ciudad. 


SIMÓN EL MAGO
Los milagros que Felipe llegó a hacer a Samaria contrastan con lo que otro hombre hacía en esa misma región…
(Hechos 8:9-11)  Y cierto hombre llamado Simón, hacía tiempo que estaba ejerciendo la magia en la ciudad y asombrando a la gente de Samaria, pretendiendo ser un gran personaje;  (10)  y todos, desde el menor hasta el mayor, le prestaban atención, diciendo: Este es el que se llama el Gran Poder de Dios. (11)  Le prestaban atención porque por mucho tiempo los había asombrado con sus artes mágicas.

La magia no consiste en poderes sobrenaturales sino en ilusiones ópticas.  Los magos conocen trucos que impresionan a la gente y les hace creer que tienen poder.  A diferencia de los magos, los brujos sí tienen ciertos poderes, ya que conocen cómo funciona el mundo espiritual; pero sus poderes vienen por su alianza a Satanás, no a Dios.  El hombre llamado Simón en la historia de Hechos 8 era mago, no brujo. El se vio intrigado por el poder que vio en los apóstoles. 

Los creyentes en el Señor tienen poder ya que tienen al Espíritu de Dios dentro de ellos.  Los apóstoles aprendieron a dejar que el Espíritu Santo fluyera a través de ellos, y los milagros comenzaron a suceder.  
(Hechos 8:12)  Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba las buenas nuevas del reino de Dios y el nombre de Cristo Jesús, se bautizaban, tanto hombres como mujeres. 

Los milagros, aunque son deseables, no son la meta en sí; su propósito principal es convencer a la gente del poder de Dios.  En el Reino de Dios, los milagros no son lo más importante, sino es que la gente crea en Jesús, pues el mayor milagro de todos es la Redención y la Vida Eterna. 
(Juan 20:30-31)  Y muchas otras señales hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro;  (31)  pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, tengáis vida en su nombre.

Simón el mago se impresionó con los milagros que el Señor hizo a través de Felipe, y él creyó…
(Hechos 8:13)  Y aun Simón mismo creyó; y después de bautizarse, continuó con Felipe, y estaba atónito al ver las señales y los grandes milagros que se hacían. 

La noticia de lo que el Señor estaba haciendo en Samaria a través de Felipe llegó hasta los apóstoles en Jerusalén.  Ellos decidieron ir allá para apoyar a Felipe. 
(Hechos 8:14-17)  Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan,  (15)  quienes descendieron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo,  (16)  pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús.  (17)  Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. 

Muchos en Samaria habían creído en Jesús, pero no habían recibido aún el poder del Espíritu Santo.  Aquí vemos que lo recibían por imposición de manos de los apóstoles, quienes ya lo habían recibido.



Simón el mago vio lo que los apóstoles lograban con el poder del Espíritu, y él quiso lo mismo, y pretendió “comprar el don de Dios”…
(Hechos 8:18-19)  Cuando Simón vio que el Espíritu se daba por la imposición de las manos de los apóstoles, les ofreció dinero,  (19)  diciendo: Dadme también a mí esta autoridad, de manera que todo aquel sobre quien ponga mis manos reciba el Espíritu Santo. 

Evidentemente Simón estaba más interesado en el poder que en conocer al Señor.  Por eso, Pedro lo confrontó…
(Hechos 8:20)  Entonces Pedro le dijo: Que tu plata perezca contigo, porque pensaste que podías obtener el don de Dios con dinero.  (21)  No tienes parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios.  (22)  Por tanto, arrepiéntete de esta tu maldad, y ruega al Señor que si es posible se te perdone el intento de tu corazón.  (23)  Porque veo que estás en hiel de amargura y en cadena de iniquidad. 

Pedro no estaba “condenando” a Simón, sino le estaba dando la oportunidad de que se arrepintiera genuinamente.  
(Hechos 8:24)  Pero Simón respondió y dijo: Rogad vosotros al Señor por mí, para que no me sobrevenga nada de lo que habéis dicho. 

La historia no narra lo que pasó con Simón después.  No sabemos si él sacó la amargura de su corazón y limpió la iniquidad de su corazón; por lo menos vemos que tuvo temor de Dios.

El ejemplo de Simón es muy útil para los creyentes de todos los tiempos, como una lección para que no contemplemos usar el poder de Dios para nuestro propio beneficio.  El Señor está más interesado en cambiar nuestros corazones que en los milagros externos que el Espíritu pueda hacer a través de nosotros. 

Luego de que todo esta sucediera en la ciudad principal de Samaria, los apóstoles aprovecharon a visitar otros pueblos en el área, llevando así el Evangelio a Samaria, tal como lo profetizó Jesús (Hechos 1:8).
(Hechos 8:25)  Y ellos, después de haber testificado solemnemente y hablado la palabra del Señor, iniciaron el regreso a Jerusalén anunciando el evangelio en muchas aldeas de los samaritanos. 

En la próxima entrada veremos otro milagro que Dios hizo a través de Felipe…


5 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Buena enesenanza y reflexion para la iglesia de hoy. Bendiciones.

      Eliminar
  2. Excelente explicación. Nos motiva a seguir predicando a Jesús

    ResponderEliminar
  3. Es de gran bendición para mi haber encontrado este blog estoy estudiando la palabra del señor todas las noches y tus explicaciones me han servido tanto sigue escribiendo por favor de otros libros 📚 Dios te bendiga

    ResponderEliminar
  4. Maravillosa enseñanza

    ResponderEliminar

Son bienvenidos las dudas y comentarios (con el entendido que se hagan con respeto)...